Real divinity has personality. Unamuno, Life 8.10
Unamuno
believes that God is primarily felt, derived from passion rather than
any kind of rational definition. We feel lack of God as a lack of
something vital, like air. We do not need God to explain anything,
rationally, and all rational forms of divinity are ultimately alien
to the reality we feel.
Los
atributos del Dios vivo, del Padre de Cristo, hay que deducirlos de
su revelación histórica en el Evangelio y en la conciencia de cada
uno de los creyentes cristianos, y no de razonamientos metafísicos
que sólo llevan al Dios-Nada de Escoto Eriúgena, al Dios racional o
panteístico, al Dios ateo, en fin, a la Divinidad despersonalizada.
Y
es que al Dios vivo, al Dios humano, no se llega por camino de razón,
sino por camino de amor y de sufrimiento. La razón nos aparta más
bien de Él. No es posible conocerle para luego amarle; hay que
empezar por amarle, por anhelarle, por tener hambre de Él, antes de
conocerle. El conocimiento de Dios procede del amor a Dios, y es un
conocimiento que poco o nada tiene de racional. Porque Dios es
indefinible. Querer definir a Dios, es pretender limitarlo en nuestra
mente; es decir, matarlo. En cuanto tratamos de definirlo, nos surge
la nada.
La
idea de Dios de la pretendida teodicea racional, no es más que una
hipótesis, como, por ejemplo, la idea del éter.
Éste,
el éter, en efecto, no es sino una entidad supuesta, y que no tiene
valor sino en cuanto explica lo que por ella tratamos de explicarnos:
la luz, o la electricidad, o la gravitación universal, y sólo en
cuanto no se pueda explicar estos hechos de otro modo. Y así, la
idea de Dios es una hipótesis también que sólo tiene valor en
cuanto con ella nos explicamos lo que tratamos con ella de
explicarnos: la existencia y esencia del Universo, y mientras no se
expliquen mejor de otro modo. Y como en realidad no nos la explicamos
ni mejor ni peor con esa idea que sin ella, la idea de Dios, suprema
petición de principio, marra.
Pero
si el éter no es sino una hipótesis para explicar la luz, el aire,
en cambio, es una cosa inmediatamente sentida; y aunque con él no
nos explicásemos el sonido, tendríamos siempre su sensación
directa, sobre todo la de su falta, en momentos de ahogo, de hambre
de aire. Y de la misma manera, Dios mismo, no ya la idea de Dios,
puede llegar a ser una realidad inmediatamente sentida; y aunque no
nos expliquemos con su idea ni la existencia ni la esencia del
Universo, tenemos a las veces el sentimiento directo de Dios, sobre
todo en los momentos de ahogo espiritual. Y este sentimiento,
obsérvese bien, porque en esto estriba todo lo trágico de él y el
sentimiento trágico todo de la vida, es un sentimiento de hambre de
Dios, de carencia de Dios. Creer en Dios es, en primera instancia, y
como veremos, querer que haya Dios, no poder vivir sin Él.
The
attributes of the living God, the Father of Christ: these we must
deduce from the historical revelation in the Gospel, and from the
conscious awareness of each Christian believer, not from metaphysical
arguments whose rational progression leads only to the divine
nothingness of Scotus Eriugena, to the rational or pantheist God, to
the atheist God—in sum, to divinity without personality.
The
living God, the human God: we cannot attain him by way of reason,
only by way of love and suffering. Reason alienates us from him more
than it reconciles. It is not possible to know him before loving him;
one must begin by loving, by desiring, by hungering after him, before
one knows him. Knowledge of God arises from love for him, and this
knowledge has little or no rational element. For God exists beyond
definition. Every desire to define God becomes an attempt to limit
him within the confines of our own mind—to kill him, in other
words. To the degree that we try to define him, a void of nothingness
rises to meet us.
The
idea or image of God that arises out of so-called rational theodicy
is no more than a hypothesis. Like the idea of aether in physics, for
example.
Aether,
in effect, is nothing but an imaginary entity, with no worth apart
from whatever value we derive from using it to explain phenomena
otherwise inexplicable: light, or electricity, or universal
gravitation; and the idea of aether contributes nothing to these
facts except what cannot be otherwise explained. The idea of God is
also a hypothesis that only has worth insofar as we use it to explain
something: here we want to explain the existence and essence of the
universe, and once more our idea is only valuable as long as we have
nothing better to offer by way of explanation. Inasmuch as our
explanations for the universe are really neither better nor worse for
positing it, the idea of God is simply a mistake. A supreme example
of begging the question.
But
if aether is merely an hypothesis for explaining light, the air, in
contrast, is something immediately tangible. Even should we fail to
explain sound by it, still we would retain an immediate awareness of
it, a feeling of it—and especially of its lack, in moments of
suffocation, which reveal our hunger for air. In the same way, God
himself, not any idea of him, can become a reality immediately felt.
And though we fail to explain the existence or essence of the
universe by recourse to any idea of him, still we have at times a
direct awareness of his presence, especially in moments of spiritual
suffocation. Watch this awareness carefully, for in it lies all the
tragedy of God, and the tragic feeling that belongs to life in its
entirety. It is an awareness of hunger for God, of lack where God
should be. Where there is hunger for God, there is already belief;
where there is lack, as we shall see, we find longing for his
existence, an inability to live without him.