Fighting for name and fame. Unamuno, Life 3.16

Fame demands that we fight—against the past, that holds the high ground of memory, and against the future, whose judgment will dissolve our past. All names cannot be remembered, or can they?


Nuestra lucha a brazo partido por la sobrevivencia del nombre se retrae al pasado, así como aspira a conquistar el porvenir; peleamos con los muertos, que son los que nos hacen sombra a los vivos. Sentimos celos de los genios que fueron, y cuyos nombres, como hitos de la historia, salvan las edades. El cielo de la fama no es muy grande, y cuantos más en él entren, a menos toca cada uno de ellos. Los grandes nombres del pasado nos roban lugar en él; lo que ellos ocupan en la memoria de las gentes nos lo quitarán a los que aspiramos a ocuparla. Y así nos revolvemos contra ellos, y de aquí la agrura con que cuantos buscan en las letras nombradía juzgan a los que ya la alcanzaron y de ella gozan. Si la literatura se enriquece mucho, llegará el día del cernimiento y cada cual teme quedarse entre las mallas del cedazo. El joven irreverente para con los maestros, al atacarlos, es que se defiende; el iconoclasta o rompeimágenes es un estilita que se erige a sí mismo en imagen, en icono. «Toda comparación es odiosa», dice un dicho decidero, y es que, en efecto, queremos ser únicos. No le digáis a Fernández que es uno de los jóvenes españoles de más talento, pues mientras finge agradecéroslo, moléstale el elogio; si le decís que es el español de más talento... ¡vaya! ... pero aún no le basta; una de las eminencias mundiales es ya más de agradecer, pero sólo le satisface que le crean el primero de todas partes y de los siglos todos. Cuanto más solo, más cerca de la inmortalidad aparencial, la del nombre, pues los nombres se menguan los unos a los otros.


Our intimate struggle for the survival of our name goes back into the past, just as it aspires to conquer the future. We fight with the dead, who cast their shadow on us, the living. We feel the jealousy of geniuses that were: their names, like milestones on history's road, guard the ages. The heaven of fame is no large place: the more enter into it, the less room anyone has. Great names of the past steal our position there; they hold the high ground in the memory of nations, and will cut us off from it, though we long to take it from them. Thus we hurl ourselves against them. Thus the bitter judgments that aspiring litterateurs cast against colleagues who have already achieved and enjoyed their fame. If literature blooms and flourishes, the day of sifting will come, and then every writer fears to be lost, stuck in the teeth of the winnowing fan. The irreverent youth attacks his masters out of self-defense; the iconoclast is an ancorite who erects himself as an image, a sacred icon. "All comparison is hateful," as one apt saying has it, and in truth, we desire to be unique. Don't tell Fernández that he is one of the most talented young Spaniards, for while he pretends to be grateful for the praise, it galls him. If you tell him that he is the greatest Spanish talent ever ... Well! And yet it is still not enough for him. Some other worldly eminence remains to claim more fame. The only thing that satisfies is that he be foremost everywhere, and in every age. The more he stands alone, the nearer he approaches that false appearance of immortality that dwells in names, for names are always cutting each other down.